San Policarpo
Martirologio Romano: Memoria
de san Policarpo, obispo y mártir, discípulo de san Juan y el último de los
testigos de los tiempos apostólicos, que en tiempo de los emperadores Marco
Antonino y Lucio Aurelio Cómodo, cuando contaba ya casi noventa años, fue
quemado vivo en el anfiteatro de Esmirna, en Asia, en presencia del procónsul y
del pueblo, mientras daba gracias a Dios Padre por haberle contado entre los
mártires y dejado participar del cáliz de Cristo (c. 155). San Policarpo,
obispo de Esmirna, conoció de cerca al apóstol Juan y a los otros que habían
vista al Señor”, y fue “instruido por testigos oculares de la vida del Verbo”.
Por eso él se presenta a nosotros como el testigo de la vida apostólica y como
el hombre de la tradición viva “siempre de acuerdo con las Escrituras”. Los
trozos citados pertenecen a una carta suya a los cristianos de Filipos en
Macedonia, que le habían pedido alguna exhortación y la copia de eventuales
cartas del santo obispo de Antioquía, Ignacio, del que él había sido amigo.
Policarpo era sobre todo un
hombre de gobierno. No tenía la cualidad de escritor y pensador como San
Ignacio, ni deseaba como él ser “triturado” por las fieras del circo para
“llegar a Dios”. Al contrario, se mantuvo escondido “a causa de la humilde
desconfianza en sí mismo”. Era anciano y sabía que no se podía confiar mucho en
sus fuerzas. Pero cuando fue descubierto en un granero y reconducido a la
ciudad, demostró la serena valentía de su fe.
Conocemos la conmovedora
conclusión de su vida gracias a un documento fechado un año después del
martirio de San Policarpo, que tuvo lugar el 23 de febrero del año 155. Es una
carta de la “Iglesia de Dios peregrinante en Esmirna, a la Iglesia de Dios
peregrinante en Filomelio y también a todas las parroquias de cualquier lugar
de la Iglesia santa y católica”. Es una narración muy importante bajo el
aspecto histórico, hagiográfico y litúrgico. A1 procónsul Stazio Quadrato, que
lo exhorta a renegar de Jesús, contesta moviendo la cabeza: “Desde hace 86 años
lo sirvo y nunca me ha hecho ningún mal: ¿cómo podría blasfemar de mi Rey que
me ha redimido?”. “Te puedo hacer quemar vivo”, insiste el procónsul. Y Policarpo:
“EL fuego con que me amenazas quema por un momento, después pasa; yo en cambio
temo el fuego eterno de la condenación”.
Mientras en el anfiteatro de Esmirna se está quemando vivo, “no como una carne que se asa, sino como un pan que se cocina”, el mártir eleva al Señor una estupenda oración, breve pero intensa: “Bendito seas siempre, oh Señor; que tu nombre adorable sea glorificado por todos los siglos, por Jesucristo pontífice eterno y omnipotente, y que se te rinda todo el honor con él y con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos”. De improviso ese cuerpo quemado quedó reducido a cenizas. “A pesar de esto – escribe el autor de esa carta, que recomienda hacer leer a las otras Iglesias – nosotros recogimos uno que otro hueso, que conservamos como oro y piedras preciosas”.
Mientras en el anfiteatro de Esmirna se está quemando vivo, “no como una carne que se asa, sino como un pan que se cocina”, el mártir eleva al Señor una estupenda oración, breve pero intensa: “Bendito seas siempre, oh Señor; que tu nombre adorable sea glorificado por todos los siglos, por Jesucristo pontífice eterno y omnipotente, y que se te rinda todo el honor con él y con el Espíritu Santo, por los siglos de los siglos”. De improviso ese cuerpo quemado quedó reducido a cenizas. “A pesar de esto – escribe el autor de esa carta, que recomienda hacer leer a las otras Iglesias – nosotros recogimos uno que otro hueso, que conservamos como oro y piedras preciosas”.
Fuente: Catholic.net
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