LOS BUENOS “PASTORES” DE HOY
Por Gabriel González del Estal
1.- El buen pastor da la vida por las ovejas. El “dar la
vida” debemos entenderlo en un sentido amplio. Da la vida, por supuesto, el que
vive dedicado en cuerpo y alma a los demás y muere en acto de servicio; pero
también da la vida por sus “ovejas” el que dedica toda su vida al servicio del
prójimo más necesitado, aunque muera, agotado y en paz, en la cama. En la
Iglesia católica podemos presentar a muchos de estos pastores que dieron su
vida por sus ovejas, no sólo los maravillosos ejemplos de la madre Teresa de
Calcuta o de Vicente Ferrer. En países de misión, y dentro del propio ámbito
local en el que trabajan, son muchas, muchísimas, las personas que gastan y
consumen su vida trabajando por los demás. No lo hacen por intereses
económicos, o políticos, o de poder; no, lo hacen por amor al prójimo. Tampoco
debemos pensar que estos buenos pastores son siempre curas, frailes o monjas;
hay muchísimos seglares que dedican su vida a ayudar a los demás y lo hacen
movidos por su amor a Dios y al prójimo. También estos son, en el mejor sentido
de la palabra, buenos pastores. Todos los cristianos debemos aspirar a ser
buenos pastores, por la sencilla razón de que todos los que queremos vivir como
discípulos de Cristo debemos tratar de imitar al Buen Pastor. En este domingo
del Buen Pastor todos los cristianos debemos preguntarnos si, de verdad,
estamos dando la vida por los demás, imitando a nuestro único Pastor. Sería muy
triste comprobar que los no cristianos no nos ven a los cristianos como
personas entregadas al servicio de los demás, desinteresadamente y por amor. Y
si a los que nos llamamos curas, frailes, monjas, obispos, cardenales, Papas,
no nos vieran los seglares como personas dedicadas enteramente a los demás, es
decir, como buenos pastores, sería algo realmente lamentable.
2.- Tengo, además, otras ovejas que no son de este
redil. El buen pastor siempre es católico en el sentido literal de la palabra,
es decir, universal. Nuestro amor y nuestro servicio a los demás no debe
conocer barreras, ni fronteras nacionales, étnicas, sociales, ni religiosas. Es
natural que, en la práctica, nuestro amor y nuestro servicio vaya dirigido en
primer lugar a las personas que viven en nuestro entorno más cercano, pero, si
llega el caso, nuestro amor debe ir siempre más allá del redil en que nos
movemos. Son los más necesitados los que más necesitan nuestra ayuda y hacia
ellos deben ir encaminados nuestros esfuerzos y servicios. Aunque estas
personas más necesitadas sean emigrantes, o no católicos, o simplemente
extraños y desconocidos. Lo que queremos es ayudar y servir; la medida de
nuestro amor sólo estará condicionada por el grado de necesidad de las personas
que más necesitan nuestra ayuda.
3.- Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos
hijos de Dios, pues ¡lo somos! Esta es la razón más profunda y verdadera
del amor de Cristo, Buen Pastor, a todas sus ovejas: que todos somos hijos de
Dios, que Dios es padre de todos. Y esta debe ser también la única brújula que
guíe y oriente nuestro amor a los demás: todos somos hermanos, porque todos
somos hijos de un mismo Padre: Dios. Mientras vivimos en este mundo nuestra
condición de hijos de Dios aparece siempre enturbiada y oscurecida por la
materialidad viscosa de nuestra apariencia corporal. Sólo la fe nos hace ser
plenamente conscientes de nuestra condición de hijos de Dios. Movidos, pues,
por la fe, atrevámonos todos los días a llamar a Dios: Abba, Padre. Y
atrevámonos a llamar “hermanos” a todas las personas con las que nos
encontremos y a considerarlas como tales. Todos estamos dentro del redil de
Dios, guiados por en único pastor, que es Cristo.

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