domingo, 29 de abril de 2012



LOS BUENOS “PASTORES” DE HOY

Por Gabriel González del Estal

1.- El buen pastor da la vida por las ovejas. El “dar la vida” debemos entenderlo en un sentido amplio. Da la vida, por supuesto, el que vive dedicado en cuerpo y alma a los demás y muere en acto de servicio; pero también da la vida por sus “ovejas” el que dedica toda su vida al servicio del prójimo más necesitado, aunque muera, agotado y en paz, en la cama. En la Iglesia católica podemos presentar a muchos de estos pastores que dieron su vida por sus ovejas, no sólo los maravillosos ejemplos de la madre Teresa de Calcuta o de Vicente Ferrer. En países de misión, y dentro del propio ámbito local en el que trabajan, son muchas, muchísimas, las personas que gastan y consumen su vida trabajando por los demás. No lo hacen por intereses económicos, o políticos, o de poder; no, lo hacen por amor al prójimo. Tampoco debemos pensar que estos buenos pastores son siempre curas, frailes o monjas; hay muchísimos seglares que dedican su vida a ayudar a los demás y lo hacen movidos por su amor a Dios y al prójimo. También estos son, en el mejor sentido de la palabra, buenos pastores. Todos los cristianos debemos aspirar a ser buenos pastores, por la sencilla razón de que todos los que queremos vivir como discípulos de Cristo debemos tratar de imitar al Buen Pastor. En este domingo del Buen Pastor todos los cristianos debemos preguntarnos si, de verdad, estamos dando la vida por los demás, imitando a nuestro único Pastor. Sería muy triste comprobar que los no cristianos no nos ven a los cristianos como personas entregadas al servicio de los demás, desinteresadamente y por amor. Y si a los que nos llamamos curas, frailes, monjas, obispos, cardenales, Papas, no nos vieran los seglares como personas dedicadas enteramente a los demás, es decir, como buenos pastores, sería algo realmente lamentable.
2.- Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil. El buen pastor siempre es católico en el sentido literal de la palabra, es decir, universal. Nuestro amor y nuestro servicio a los demás no debe conocer barreras, ni fronteras nacionales, étnicas, sociales, ni religiosas. Es natural que, en la práctica, nuestro amor y nuestro servicio vaya dirigido en primer lugar a las personas que viven en nuestro entorno más cercano, pero, si llega el caso, nuestro amor debe ir siempre más allá del redil en que nos movemos. Son los más necesitados los que más necesitan nuestra ayuda y hacia ellos deben ir encaminados nuestros esfuerzos y servicios. Aunque estas personas más necesitadas sean emigrantes, o no católicos, o simplemente extraños y desconocidos. Lo que queremos es ayudar y servir; la medida de nuestro amor sólo estará condicionada por el grado de necesidad de las personas que más necesitan nuestra ayuda.
3.- Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos! Esta es la razón más profunda y verdadera del amor de Cristo, Buen Pastor, a todas sus ovejas: que todos somos hijos de Dios, que Dios es padre de todos. Y esta debe ser también la única brújula que guíe y oriente nuestro amor a los demás: todos somos hermanos, porque todos somos hijos de un mismo Padre: Dios. Mientras vivimos en este mundo nuestra condición de hijos de Dios aparece siempre enturbiada y oscurecida por la materialidad viscosa de nuestra apariencia corporal. Sólo la fe nos hace ser plenamente conscientes de nuestra condición de hijos de Dios. Movidos, pues, por la fe, atrevámonos todos los días a llamar a Dios: Abba, Padre. Y atrevámonos a llamar “hermanos” a todas las personas con las que nos encontremos y a considerarlas como tales. Todos estamos dentro del redil de Dios, guiados por en único pastor, que es Cristo.

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