viernes, 4 de mayo de 2012

















Mayo mes de Maria. 

Una Reina para los apóstoles de hoy


«¿Cuál es nuestra misión mariana? ?se preguntaba el P . Alberione, fundador de la Familia Paulina?. La de dar a conocer a María como Reina de los Apóstoles, hacer que se la imite y se le rece... A vosotros os corresponde la grata tarea de realizar esta misión en la Iglesia».

En octubre de 1895 un muchacho cruzaba el umbral del seminario de Bra (cerca de Turín, en Italia) para comenzar su camino como aspirante al sacerdocio. Era Santiago Alberione. A pocos centenares de metros estaba el santuario de la Virgen de las Flores, a quien su madre lo había consagrado a los pocos días de nacer. Y él estaba seguro de que la Virgen lo iba a guardar y a educar en el amor de Dios.
Un mes antes, el 8 de septiembre, León XIII había publicado la encíclica Adjutricem populi christiani, en la que exhortaba a los fieles a honrar a María como inspiradora de las Misiones, «Madre de la Iglesia», «Maestra y Reina de los Apóstoles».

Los entusiasmos del joven seminarista

Al joven seminarista ese documento le pareció como una señal luminosa, un indicador para su camino. Y, a pesar de las pruebas, tuvo siempre la certeza de que no sólo su vida, sino toda su obra de fundador podía resumirse con la afirmación del beato Giaccardo: «Nuestra Familia es un instituto de providencia mariana».
Ya sus primeros años de sacerdocio habían estado orientados con un claro propósito de «comenzar con la Virgen», es decir, de poner las bases de toda acción pastoral en el nombre de María. Entre sus compañeros sacerdotes había cultivado la necesidad apostólica de la devoción a María; llamado a organizar las conferencias de pastoral, las había puesto bajo el patrocinio de la «Reina de los Apóstoles» y, al comenzar a escribir y a publicar, quiso que el primer librito fuese un homenaje a María, con la historia del pequeño santuario dedicado a Santa María Virgen de las Gracias, en Cherasco (Alba 1912) Era una deuda de gratitud, pero quería ser, sobre todo, una «primicia» de fidelidad al lema de «comenzar con la Virgen».
Es significativo que los títulos marianos más repetidos en la etapa juvenil de Alberione y de los Paulinos, hasta 1920, fueran los de Inmaculada y Madre del buen Consejo. Las mismas representaciones pictóricas y plásticas de María se inspiraban en ellos. Pero no se puede pasar por alto el significado «apostólico» que evocaban a fines del siglo XIX y principios del XX, con clara referencia a la ortodoxia doctrinal, que había que defender contra las ideologías del tiempo. La Inmaculada era la que desde Lourdes había desmentido las herejías modernas, como desde Éfeso había «derrotado todas las herejías» antiguas. Era la «guía» de los nuevos evangelizadores, como los Oblatos Misioneros de la Inmaculada; era, en fin, la inspiradora de los nuevos apóstoles, de acuerdo con las encíclicas de León XIII y de san Pío X.
Lo mismo se diga del título de Madre del buen Consejo. Evocaba la imagen de María presente en el cenáculo, entre los apóstoles, no sólo como orante, a la espera de Pentecostés, sino como consejera y madre de la comunidad apostólica, de la Iglesia misionera.
Éste es, pues, el significado de aquellos títulos marianos que el P. Alberione había recibido del seminario, pero que después él concretó y sustituyó con el de Reina de los Apóstoles.

La Inmaculada Reina de los Apóstoles

El paso decisivo tuvo lugar entre 1919 y 1922: un trienio que comenzó con la explícita pregunta de los primeros paulinos: «Los seminaristas veneran a María como Inmaculada o como Madre del buen Consejo. Y nosotros, ¿con qué título lo haremos?»; a la que el P. Alberione respondió categóricamente: «Nosotros la invocaremos como Reina de los Apóstoles».
Hay que decir que los otros títulos siguieron conviviendo, generalmente asociados, hasta que una catequesis sistemática, con la ayuda de las nuevas «Oraciones» compuestas por el propio P. Alberione (1922), hicieron que prevaleciera el título de Reina de los Apóstoles. Igualmente, entre 1923 y 1935, la iconografía tradicional de la Virgen fue sustituida por los nuevos cuadros e imágenes, que el mismo Fundador mandó realizar, y que representaban a María de pie, mientras presenta al mundo a Jesús, que tiene en la mano el rollo de las Escrituras.

María y las mujeres «apóstoles»

Mientras tanto, habían nacido las Hijas de san Pablo, destinadas, como los hermanos, a un apostolado «magisterial», de predicación mediante la buena prensa. Era necesario justificar la nueva misión confiada a las mujeres, consideradas en aquel tiempo como destinatarias pasivas de los cuidados pastorales. El P. Alberione salió al paso de esta exigencia publicando el libro La mujer asociada al celo sacerdotal.
El autor, de cuyo carisma nacerían sucesivamente cinco instituciones femeninas de ámbito eclesial, quería motivar su apostolado desarrollando la doctrina referente a la función activa de María. Y lo hizo en la línea de san Ireneo, discípulo de san Pablo, que contempló a la nueva Eva, compañera y colaboradora de Cristo en la redención del mundo. Es la Mujer «apóstol», que precedió en el tiempo al mismo Jesús, en cuanto que lo engendró y fue la primera en presentarlo al mundo como la Verdad encarnada, como el Maestro, como «el camino, la verdad y la vida».
En esta visión se inspiraron, de forma diversa, pero radicalmente unitaria, las cuatro congregaciones femeninas y el instituto secular nacidos del corazón y del carisma del P. Alberione: las Hijas de San Pablo (1915), las Pías Discípulas del Divino Maestro (1924), las Hermanas de Jesús buen Pastor (1938), las Hermanas de María, Reina de los Apóstoles (1959) y el instituto secular de la Virgen de la Anunciación (1960). Todas ellas, mujeres consagradas al apostolado, que se reflejan en
María, Madre, Maestra y Reina de los Apóstoles.
Esta compleja actividad creativa y formativa, que ocupó toda la existencia del P. Alberione, tuvo como fruto no sólo el nacimiento de una floreciente «familia» de congregaciones religiosas ?la Familia Paulina?, sino también el crecimiento de la doctrina y la devoción mariana, experimentada en la vida, antes que teorizada por el Fundador, como nueva forma de espiritualidad apostólica. Sus escritos sobre el tema suman unas 1700 páginas y han educado al amor a María a varias generaciones de personas.

Una espiritualidad para el apostolado

«¿Cuál es nuestra misión mariana?» ?se preguntaba el P. Alberione en los años 20?. Y respondía: «La de dar a conocer a María como Reina de los Apóstoles, hacer que se la imite y se le rece... La primera devoción que encontramos en la Iglesia es la devoción a la Reina de los Apóstoles, como aparece en el Cenáculo. Después se ha ido enfriando y oscureciendo a través de los siglos. Os corresponde a vosotros la grata tarea de reunir a los fieles en torno a María, Reina de los Apóstoles; os corresponde despertar esta devoción; os corresponde realizar esta misión en la Iglesia. Significa despertar los apostolados, suscitar vocaciones. Volvamos a las fuentes. En las fuentes encontramos a María, Reina de los Apóstoles» (Haec meditare VIII, 80).
Esta devoción pone al día y completa la «verdadera devoción» de san Luis Grignon de Monfort, en cuanto que lleva a vivir y a anunciar a Cristo total. Y es, al mismo tiempo, «paulina», más aún, forma parte esencial del «espíritu paulino», gracias a su carácter ministerial con respecto a la Palabra, con referencia al carisma específico.
El P. Alberione la formuló en esta breve oración: «Oh María, que has dado a luz (literalmente editado; juega con el verbo latino) la Palabra encarnada; que eres la Reina de los editores y de las ediciones; que eres la vida de todo apostolado..., bendice este trabajo que voy a realizar contigo y en ti».
María, «editora de la Palabra» es también el tema que hace de hilo conductor del santuario de la Reina de los Apóstoles, en Roma, como el mismo Fundador quiso subrayar en la fiesta de su dedicación: «Los editores tienen, en el plano humano, la misión que en el plano de Dios tuvo María: ella acogió al Dios invisible y lo hizo visible y accesible a los hombres, presentándolo en carne humana». Ejemplar compendio de una «teología de las ediciones» y, al mismo tiempo, una espiritualidad actual para cuantos trabajan en el difícil campo de las comunicaciones sociales.
De todos modos, el amor del P. Alberione y de sus hijos a su Reina aparece visiblemente testimoniado con dos monumentos: ese mismo santuario (inaugurado en 1954), considerado por toda la Familia Paulina como la «casa materna», corazón de todas las celebraciones comunitarias, y la revista Madre de Dios, fundada en 1932, que aún sigue publicándose en Italia como testimonio elocuente y, aunque en lenguaje popular, rica de contenido y cargada de dignidad doctrinal.

Eliseo SGARBOSSA

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