miércoles, 17 de julio de 2013

Cuando el prójimo tiene nombre y apellido…


No es difícil amar al prójimo si entendemos este término en sentido colectivo o general. Sin embargo, las cosas cambian cuando se trata de amar a algunas personas muy en particular. En el caso de algunos, el amor al prójimo se limita a los donativos que hacen a una determinada entidad de beneficencia. Claro, es mucho más fácil afirmar que amamos al prójimo que amar de verdad a un compañero de trabajo que nos trata con frialdad, a un vecino desagradable o a un amigo que nos ha fallado.

En este aspecto de amar a un individuo en específico podemos aprender mucho de Jesús, quien reflejó a la perfección las cualidades de Dios. Cuando vino a la Tierra para quitar el pecado del mundo, demostró amor a seres humanos concretos: a una enferma, un leproso, una niña... (Mateo 9:20-22; Marcos 1:40-42; 7:26, 29, 30; Juan 1:29). De igual modo, nuestro amor al prójimo se revela en el trato que damos a las personas con quienes nos relacionamos día a día.

Nunca olvidemos que el amor al prójimo está ligado al amor a Dios. Jesús ayudó a los pobres, curó a los enfermos, dio de comer a los hambrientos y, además, enseñó a las multitudes. ¿Por qué lo hizo? Porque quería ayudarlos a reconciliarse con el Padre (2 Corintios 5:19). Él efectuó todas las cosas para la gloria de Dios, y jamás perdió de vista el deber de representar a su amado Padre y ser un fiel reflejo de su personalidad (1 Corintios 10:31). Si nos consideramos verdaderos imitadores de Jesús, nosotros también amaremos de verdad al prójimo, quien tiene un nombre y un apellido muy concreto, es decir, a quien está a nuestro lado, cosa nada fácil, pero sí alcanzable.
¡Que tengas un excelente día en compañía de tu prójimo!
Por: http://bit.ly/11XCpnB [adaptación]

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