Por: bit.ly/XsXCik [adaptación] Cuenta la leyenda que un hombre escuchó decir que la felicidad era un tesoro que se escondía. A partir de aquel instante comenzó su búsqueda. Recurrió al placer y lo sensual, luego por el poder y la riqueza, después cayó en la fama y la gloria, y así fue recorriendo el mundo del orgullo, del saber, de los viajes, del trabajo, del ocio y de todo cuanto estaba a su alcance.
Luego de algún tiempo, en un rinconcito de su largo camino vio un letrero que decía: “Te quedan dos meses de vida". Aquel hombre, ya cansado y desgastado por los sinsabores de la vida se dijo: "Estos dos meses los dedicaré a compartir todo lo que tengo de experiencia, de saber y de vida con las personas que me rodean".
Así, aquel buscador infatigable de la felicidad, sólo al final de sus días, encontró el tesoro que tanto había deseado, lo halló en su interior, en el compartir, en el tiempo que dedicaba a los demás, en la renuncia que hacía de sí mismo para servir.
Moraleja: Pocos hombres han comprendido que para ser feliz se necesita dar amor, aceptar la vida como viene, disfrutar de lo grande y también de lo pequeño; conocerse a sí mismo pero aceptarse, sentirse querido y valorado, pero también querer y valorar a los demás. Esto lleva a tener razones para vivir y esperar, y también razones para morir y descansar en los brazos de Dios.
Es preciso entender que la felicidad brota del corazón y que se alimenta con el rocío del cariño, la ternura y la comprensión; que cada edad tiene su propia medida de felicidad pero que sólo Dios es la fuente suprema de tal felicidad, por ser Él, el amor, la bondad, el perdón, la entrega total, el camino, la verdad y la vida misma.
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