Por: http://bit.ly/WijAc4 Un día, el padre de una familia rica y muy bien acomodada, llevó a su hijo de viaje al campo, con el firme propósito de que el joven valorara lo afortunado que era al poder gozar de tal posición, y se sintiera orgulloso de él.
Estuvieron fuera todo el fin de semana, y se alojaron en una granja con unos campesinos muy humildes. Al finalizar el viaje, de regreso a casa, el padre preguntó a su hijo:
‒ ¿Qué te pareció la experiencia? ‒ Buena, contestó el hijo con la mirada puesta en la distancia. ‒ ¿Te diste cuenta de lo pobre que puede llegar a ser la gente?" ‒ Sí, papá. ‒ ¿Y qué aprendiste, pues?, insistió el padre.
‒ Muchas cosas, papá… que nosotros tenemos un perro y ellos tienen cuatro… nosotros tenemos una piscina con agua estancada que llega a la mitad del jardín… y ellos tienen un río sin fin de agua cristalina, donde hay pececitos y otras bellezas… que nosotros tenemos lámparas importadas para alumbrar nuestro jardín, mientras que ellos se alumbran con las estrellas y la luna… que nuestro patio llega hasta la cerca, y el de ellos abarca el horizonte entero… que nosotros compramos nuestra comida... ellos siembran y cosechan la de ellos…
…Nosotros cocinamos en cocina eléctrica mientras que ellos, todo lo que comen tiene ese glorioso sabor al fogón de leña… para protegernos, nosotros vivimos rodeados por un muro, con alarmas… ellos viven con sus puertas abiertas, protegidos por la amistad de sus vecinos… nosotros vivimos conectados al móvil, al ordenador y al televisor... ellos, en cambio, están conectados a la vida, al cielo, al sol, al agua, al verde del monte, a los animales, a sus labores agrícolas… tú y mamá tienen que trabajar tanto que casi nunca los veo… ellos tienen tiempo para hablar y convivir cada día en familia…"
Al terminar el hijo el relato, el padre se quedó mudo. Entonces, su hijo añadió: ‒ ¡Gracias papá, por haberme enseñado lo pobres que somos, y lo ricos que podemos llegar a ser!
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