martes, 26 de febrero de 2013

Para Dios no hay coincidencias

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Por: Cheryl Walterman Stewart [adaptación]
Mi abuelo amaba la vida. Cuando podía hacerle una broma a alguien lo disfrutaba mucho. Pero un frío domingo, en Chicago, pensó que Dios le había jugado una broma, cosa que no le causó mucha gracia.

Como él era carpintero, ese día había estado en la parroquia haciendo unos baúles de madera para la ropa y otros artículos que enviarían a un orfelinato a China. Cuando regresaba a casa, metió la mano al bolsillo de su camisa para sacar sus lentes, pero no los encontró, así que se regresó a la parroquia a buscarlos.

Los buscó por todos lados, pero no los encontró. Entonces se dio cuenta de que los lentes se le habían caído del bolsillo de su camisa, mientras trabajaba en los baúles que ya había cerrado y empacado. ¡Sus nuevos lentes iban camino a China!

Una gran depresión se apoderó de mi abuelo, quien tenía 6 hijos, pocos ingresos y había gastado 50 dólares en esos lentes. "No es justo" le dijo a Dios mientras manejaba frustrado de regreso a casa. "Yo he hecho una obra buena donando mi tiempo, esfuerzo y dinero, pero tú me sales con esto".

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