viernes, 26 de abril de 2013

Confesarse


Por: Agustín Filgueiras
Cierto día, al salir de Misa, un amigo dirigiéndose a otro le comentaba:
-Me alegra que por fin hayas decidido confesarte y comulgar
-¿Confesarme yo? Decía el interpelado. No, no soy tan tonto. Los curas no son necesarios, son hombres como tú y como yo. Lo que hago es confesarme con Dios: le cuento lo que me pasa, le pido perdón y listo.

-Es asombroso – respondió su amigo –lo inteligente que eres. La verdad, es posible que tengas razón y que los demás seamos unos imbéciles. Lo que no me cabe en la cabeza es cómo un hombre de tu inteligencia se queda a la mitad.
-¿la mitad? No te entiendo, preguntó a la vez el otro.

-Sí, hombre, contestó. Tú has comulgado y te has arrodillado ante el sagrario. Pues bien, dada tu mente inteligente y abierta, lo más lógico sería que fueras al mercado, compraras un poco de pan, lo consagraras tú, comulgaras y te guardaras el resto en una urna, ¿no? Pero, ¿quedarte a medias?
-Yo no puedo consagrar, ese poder Dios se lo dio sólo a los sacerdotes, y…gracias amigo, me has hecho ver claro. Tengo suerte, aún hay un confesionario.

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