Estamos en la posmodernidad. Internet, Cine, Radio, Televisión, Prensa, Música. Es la era digital, nos movemos en el mundo “conectados”; llevando nuestros audífonos al oído, nuestros ojos al PC, nuestro dedos a la pantalla touch y el teclado. Es el siglo XXI y así es el ambiente de la humanidad.
Con todo ello, hay aún un medio que desde la historia está en la actualidad y seguirá estando en todos los tiempos, y que a veces lo alejamos de nosotros o de nuestro sistema de comunicación. El mundo se ha diseñado para mantenernos ocupados, de alguna manera en medio de tanto ruido, preocupación, desespero, desaliento, de no dejarnos pensar, aparece el modelo básico, sencillo, el modelo que podemos comprender. Sin más palabras, el modelo de: hijos, mensaje, Padre, con su respectiva retro-alimentación.
Ahora bien, de qué se trata éste modelo. Es sencillo: nosotros como hijos emitimos a cada segundo de nuestra vida un mensaje, bien sea de agradecimiento, petición, súplica y así todos los sentimientos que como seres humanos podemos experimentar y expresar, pero ¿a quién va dirigido el mensaje?, ¿a quién llega?, es exacto a un único y buen receptor: Dios Padre.
La relación con Dios la podemos asemejar con la relación que tenemos con nuestra pareja, si bien para que sea buena debe tener como ingredientes el amor que es el motor, acompañada además de diálogo y los valores como la comprensión y el respeto que son elementales; así mismo, con Dios funcionamos de la misma manera. Sabemos que Él es amor, Amor que se da a la humanidad, pero ¿qué tanto amor le demostramos nosotros a ÉL? También nosotros debemos dialogar con ÉL expresándole nuestras inquietudes y experiencias, valorarlo como aquel Padre Dios que nos ama primero.
En los medios de comunicación también podemos aplicar la relación nuestra para con Dios, ¿cómo?, hablándole a los demás de ÉL, siempre comprensivo y atento a sus hijos. Dios es nuestra respuesta, es nuestro motor para emprender cada día, Él es nuestra mejor relación, nuestra mejor comunicación para vivir en armonía.
Orando le hablamos a Dios, pero también con nuestro corazón, con aquello íntimo que sólo está reservado para el Dios de amor; por eso Él mismo nos dice, cuando ustedes oren, digan: “Padre, que todos reconozcan que tú eres el verdadero Dios. Ven y sé nuestro único rey. Danos la comida que hoy necesitamos. Perdona nuestros pecados, como también nosotros perdonamos a todos los que nos hacen mal. Y cuando vengan las pruebas, no permitas que ellas nos aparten de ti. Amén” (Lc 11,1-4). Siempre, Dios es amor. Por: Farud Ignacio B.V. ssp
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